Page 548 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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humanos, brotaban de la estrecha banda de carne
segmentada que unía la cabeza con el abdomen. La
Tejedora caminaba sobre las cuatro patas traseras, que
se alzaban hacia arriba y hacia fuera en un ángulo de
cuarenta y cinco grados, doblándose casi medio metro
por encima de la cabeza grotesca del monstruo, sobre
el punto más alto del abdomen. Retrocedían entonces
desde esta articulación bajando casi tres metros y
terminaban en puntas lisas y afiladas como estiletes.
Como una tarántula, la Tejedora alzaba una pata
cada vez, levantándola mucho y bajándola con la
delicadeza de un cirujano o de un artista. Era un
movimiento lento, siniestro, inhumano.
Desde el mismo pliegue intrincado del que emergía
ese gran armazón cuadrúpedo surgían dos juegos de
patas más cortas. El primero, de tres metros de
longitud, descansaba apuntando hacia arriba desde los
codos. Cada una de aquellas delgadas y resistentes
puntas de quitina terminaba en una garra de cuarenta
y cinco centímetros, un cruel fragmento pulimentado
de cáscara roja, afilado como un escalpelo. En la base
de cada arma brotaba un rizo de hueso arácnido, un
garfio filudo para desgarrar y rebanar a las presas.
Estos kukris orgánicos se extendían como amplios
cuernos, como lanzas, como ostentosas muestras de
potencial asesino.
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