Page 544 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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sonido alguno.

                Lenta,  silenciosamente,  Bentham  Rudgutter  buscó

            en la bolsa que portaba y saco las grandes tijeras grises


            que había hecho comprar a un ayudante en la tienda de

            un  herrero,  en  el  vestíbulo  comercial  más  bajo  de  la

            estación de Perdido.


                Las abrió con un ruido acerado y las sostuvo en alto

            en el aire espeso.


                Las  cerró.  La  sala  reverberó  con  el  sonido

            inconfundible de las dos hojas que se deslizaban la una

            contra la otra, matando su inexorable división.


                Los ecos retumbaron como las moscas en la tela de

            una araña, deslizándose hacia una oscura dimensión


            en el corazón de la sala.

                Una bocanada de aire frío puso la piel de gallina a

            todos los congregados.


                Los ecos de las tijeras rebotaron.

                Mientras  regresaban  y  trepaban  desde  debajo  del

            umbral de audición, los retumbos se metamorfosearon


            y se convertían en palabras, en una voz melodiosa y

            melancólica,  al  principio  un  mero  susurro,  después

            más  audaz,  que  giraba  sobre  sí  misma  hasta  cobrar


            existencia  a  partir  del  eco  de  las  tijeras.  Era

            indescriptible,  triste,  aterradora,  seductora;  no


            resonaba en los oídos, sino en lo más profundo, en la

            sangre y el hueso, en los plexos nerviosos.




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