Page 871 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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Tras las gruesas cortinas y los postigos de madera de

            las  ventanas  del  Invernadero,  las  hebras  de  luz  se

            derramaban sobre el aire al encenderse las antorchas y


            las luces de gas. Pero aun despertados por la crisis, los

            cactos no se asomaron a las tinieblas, no se arriesgaron

            a ver lo que no debían. Los guardias estaban solos.


                Y  entonces,  con  un  soplido  de  viento  y  una

            respiración  lasciva,  sexual,  los  cactos  en  la  cima  del


            templo  descubrieron  que  no  habían  alcanzado  a  la

            polilla: esta se había apartado en una cerrada maniobra

            zigzagueante y se había situado fuera del alcance de la


            lanza solar. Había volado tan cerca de los edificios que

            hubiera podido tocarlos, para escalar hasta la pirámide,


            lentamente, y aparecer de forma magistral con las alas

            extendidas en su totalidad, sus patrones brillando a su

            alrededor como feroces y complejos fuegos oscuros.


                Hubo un instante en que uno de los ancianos chilló.

            Hubo una fracción de segundo en la que el cabecilla

            trató de situar la lanza solar en posición para convertir


            al  monstruo  en  fragmentos  chamuscados.  Pero  no

            podían hacer otra cosa que mirar las alas desplegadas

            ante ellos; sus gritos, sus planes, se evaporaron al ser


            invadidas sus mentes.

                Yagharek observaba por los espejos, sin querer ver lo


            que sucedía.

                Las dos polillas que aún se aferraban al techo de la




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