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Larry Niven Un mundo fuera del tiempo
a los edificios y después se daban prisa para
reunirse con el grupo.
No, no eran salvajes. Llevaban una arbitraria
variedad de armas blancas, entre las cuales no
había dos similares: cimitarras, machetes, sables
y otras sin nombre, todas con empuñaduras
pulcramente talladas. Habían preparado el
tasajo tal como lo habría hecho el mismo
Corbell. La tela que utilizaban era un material
indestructible, tan delgado como seda fina. La
linterna‐encendedor de Krayhayft proyectaba
un rayo de luz de intensidad variable, de forma
cónica, no más grueso que un lápiz. No,
tampoco estaban organizados. ¡Pero habían
levantado el campamento en cuestión de
minutos!
Avanzaban a grandes pasos por entre las
calles silenciosas. Las prolongaciones de la selva
iban creciendo en torno a ellos hasta convertirse
en selva propiamente dicha. Pasaron junto a un
tronco de árbol que Corbell reconoció
súbitamente como una columna metálica
envuelta en enredaderas. Levantó la vista para
ver si se juntaba arriba con otros elementos, en
disposición hexagonal: sí, era parte de la vieja
cúpula.
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