Page 24 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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         tesoros que sus manipuladores no podían agarrar. Algunas

         de las cuentas que recogían estaban calientes y activaban los


         detectores  de  radiación  de  Calcedonia.  No  representaban

         una  amenaza  para  ella,  pero  por  primera  vez  comenzó  a

         descartarlas.  Ahora  tenía  un  aliado  humano:  su

         programación exigía que lo mantuviera sano.



                Le contó historias. Tenía una extensa biblioteca, llena de


         historias  de  guerra  y  de  historias  sobre  veleros  y  naves

         espaciales, que eran las favoritas del chico por alguna razón

         inexplicable.  La  catarsis,  pensó,  y  le  habló  de  nuevo  de


         Roland  y  del  rey  Arturo,  y  de  Honor  Harrington  y  de

         Napoleón  Bonaparte,  y  de  Horatio  Hornblower  y  del

         capitán Jack Aubrey. Proyectaba las palabras en un monitor

         mientras las iba recitando y, con sorprendente presteza, el


         chico empezó a articularlas con ella.



                De esa forma acabó el verano.



                Para  el  equinoccio,  Calcedonia  había  hecho  acopio  de

         suficientes  recuerdos.  La  marea  seguía  llevando  joyas

         naufragadas y Belvedere seguía trayéndole las mejores, pero

         Calcedonia  permanecía  junto  a  su  truncado  peñasco  de


         arenisca y colocaba encima los tesoros. Trefilaba el cobre que

         encontraba  con  una  hilera  y  lo  convertía  en  alambre,

         enhebraba cuentas en él y forjaba eslabones que encordaba
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