Page 29 - La Era Del Diamante - Neal Stephenson
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tuviesen ningún problema con esos grupos étnicos


              perfectamente  respetables.  Aunque  intentó  no


              prestar atención, Bud absorbió más sobre los parsis


              de  lo  que  quería  saber,  su  extraña  religión,  su


              tendencia  a  vagabundear,  incluso  su  maldita


              cocina, que parecía extraña pero que aun así le hizo


              la  boca  agua.  Luego  el  folleto  volvió  al  asunto


              principal, que era las líneas de crédito.





                  Bud  ya  lo  había  visto  antes.  El  Peacock  Bank


              llevaba el mismo negocio que todos los demás: si te


              aceptaban,  te  metían  la  tarjeta  de  crédito


              directamente en el cuerpo, en aquel lugar y en ese


              momento, allí mismo. Esos tipos la implantaban en


              el hueso ilíaco de la pelvis, algunos optaban por el


              mastoides en el cráneo; cualquier lugar donde hu‐


              biese  un  hueso  cerca  de  la  superficie.  Había  que


              colocarla en un hueso porque la tarjeta tenía que


              hablar por radio, lo que significaba que necesitaba


              una antena de longitud suficiente para recibir las


              ondas de radio. A partir de ese momento podías ir


              por  ahí  comprando  cosas  sólo  con  pedirlas;  el


              Peacock Bank, el mercader del que comprabas y la


              tarjeta en la pelvis gestionaban todos los detalles.





                  Los bancos variaban en su filosofía de intereses,


               pagos mínimos mensuales y otros detalles. Nada


               de eso le importaba a Bud. Lo que le importaba era


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