Page 123 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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           representar a Rusia en semejantes certámenes y se me

           hacía totalmente incomprensible que el jurado hubiese

           elegido  a  aquella  mujer  agradable,  pero  de  lo  más


           común,  y  no  a  una  atractiva  mulata  de  ojos  de  corza

           procedentes  de  Latinoamérica  que  exhibían  sobre  el


           escenario sus piernas de infarto.


                  Intrigado por el misterio de Lidya, leí la entrevista

           con ella, pero la rusa no daba ninguna aclaración de por


           qué había ganado. Sí que explicaba, en cambio, su vida

           anterior,  su  carrera  —era  una  destacada  colaboradora

           de  un  Instituto  para  las  Ciencias  de  la  Cultura—  y,


           como es de rigor en tales casos, les daba las gracias a

           sus padres por la educación que le habían dado y por

           su  apoyo.  Hablaba  con  especial  calidez  acerca  de  su


           padre enfermo, para cuyo tratamiento pensaba emplear

           la  totalidad  del  dinero  que  había  obtenido  con  el

           premio.



                  Me encogí de hombros y cerré el periódico.








                  El  libro  que  me  había  comprado  no  era  nada

           común. Me recordaba a uno de los —como mínimo—


           cuarenta  volúmenes  de  la  enciclopedia  médica  de  los

           años setenta de mi abuela.


                  El  título  Las  crónicas  de  los  pueblos  mayas  y  la


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