Page 119 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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que lo sacara a pasear. Primero me miró a los ojos y
corrió hacia la puerta del piso, y, al darse cuenta de que
estas insinuaciones no surtían efecto, me trajo él mismo
la correa y el collar.
En lo esencial, mis sueños solamente se
diferenciaban por las circunstancias en las que
descubría, en cada caso, que mi perro no había muerto,
sino que, por el contrario, estaba vivo y del mejor
humor. El resto de los detalles se parecía mucho: quería
que le diera de comer y que lo sacase afuera, donde me
traía ramitas para jugar.
A veces, como en esta ocasión, descubría que
durante todo el tiempo había vivido cerca de mí sin que
me enterara. En otra versión sí había muerto, pero él no
lo sabía, y, mientras lo tratase como a una criatura viva,
se podía decir que no había muerto en serio. Lo más
importante era atenerse a las reglas del juego, no
llorarle ni demostrar ninguna piedad. En resumen:
hacerlo todo para que no se diera cuenta de que había
muerto. Lo cual, por otra parte, no era nada difícil,
gracias a su alegría de vivir y su energía desbordante.
Finalmente también ocurría que, sin explicación alguna,
volvía conmigo y yo no sabía nada de su muerte. Estos
sueños, ligeros y alegres, eran los que más me gustaban.
En esta ocasión el paseo nos llevó por un parque
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