Page 255 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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se había dado el caso. Tampoco tenía ni la más mínima
idea de si tendría que esperar mucho hasta que un
robusto y enérgico funcionario de la policía respondiera
al otro extremo de la línea y me dijera: «¿Dígame?». En
cuanto hube marcado el santo 02, aguardé con gran
tensión. Cinco señales largas sin que nadie me
respondiera. El pánico se adueñaba de mí.
Seis... diez... diecisiete... veinticinco... al llegar a la
señal número treinta y cuatro, se oyeron nuevos golpes
al otro lado de la puerta, tan fuertes en esta ocasión que
la vajilla del armario de la cocina tintineó. Traté de
llamar a los bomberos, a urgencias médicas... y no lo
conseguí. Por lo visto, me había quedado solo en el
mundo junto con el monstruo, ese monstruo que se me
había aparecido como emisario de una pesadilla ajena,
que asediaba el piso donde yo vivía y aguardaba con
paciencia mi capitulación.
Dejé el receptor descolgado toda la noche para oír
su señal regular, débil, insegura. Tembloroso por la
angustia y el cansancio, pasé otras dos horas en el
pasillo, hasta que ya no pude más y me hundí en un
sueño vacío y negro. Cuando desperté ya era de día. A
primera vista, no había nadie en la escalera, pero no me
tranquilicé hasta después de diez minutos de espiar por
la mirilla, cuando vi que la chica de al lado bajaba con
total despreocupación.
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