Page 258 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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piso, con los brazos en los costados, a la espera del
ascensor. Por lo general no vacilaba en expresar sus
intenciones. La papada le cubría por completo la
garganta y por encima de su cuello abotonado
sobresalía una piel de nutria. Bajo la gorra redonda,
también de piel, que llevaba calada hasta muy abajo,
fulguraban sus ojos lúgubres.
¿Se disponía a lanzar una filípica contra los
invitados que se me habían emborrachado, se habían
puesto a aporrearme la puerta en plena noche y habían
despertado a todo el edificio?
—¡Otra vez esos gamberros! Esto es terrible,
¿verdad que sí? A Leonid Arkadievich, del séptimo,
también le han ensuciado la puerta. Y le han puesto
algo mucho peor, no sé qué sobre su hija. ¡Siempre
tenemos a unos cuantos niñatos rondando por la puerta
y luego, encima, siempre dejan lleno de colillas el
rellano del primero! Pero bueno, ya basta, yo la
próxima vez llamo a la policía. ¡Y ya me dirá usted para
qué les enseñan inglés! ¿Para que luego lo utilicen
ensuciando las puertas de la gente?
Señaló con todo el grosor de su dedo el siniestro
mensaje que tenía escrito en la puerta. De manera harto
sorprendente, mis terrores nocturnos se habían
convertido en una gamberrada ordinaria.
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