Page 1026 - La Patrulla Del Tiempo - Poul Anderson
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pie,  le  sacaría  al  jinete  diez  centímetros  o  más.  El  pelo

           alrededor de su tonsura era del mismo castaño terroso de


           su túnica franciscana, pero la edad apenas había marcado

           un rostro anguloso y claro —ni tampoco la viruela— y no

           le  faltaba  ni  un  diente.  Incluso  después  de  semanas  y


           aventuras, Castelar reconoció al padre Esteban Tanaquil.

           El reconocimiento fue mutuo.



                 —Saludos, reverendo padre —dijo.



                 —Dios sea con vos —contestó el monje. Se detuvo al

           lado del estribo. En la ciudad resonaban gritos de júbilo.



                 —Ah  —dijo  Castelar  con  alegría—.  Una  visión


           espléndida, ¿no?



                 Al no obtener respuesta, bajó la vista. Había dolor en

           el otro rostro.



                 —¿Pasa algo? —preguntó Castelar.



                 Tanaquil suspiró.



                 —No puedo evitarlo. Veo lo cansados y destrozados

           que están esos hombres. Pienso en la herencia del tiempo


           que llevan, y cómo se les ha arrebatado.



                 Castelar se envaró.





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