Page 114 - Las Estrellas Mi Destino - Alfred Bester
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hasta que decida hablar. Lo tendremos allí siempre. Así que
decídase.
—No sé nada acerca del Nomad. ¡Nada! —dijo Foyle.
—De acuerdo —Dagenham escupió. Repetinamente,
apuntó al capullo de orquídea que había rodeado con sus
manos. Estaba marchito y se le caían las hojas—. Eso es lo
que le va a pasar a usted.
Quince minutos. A las ocho y treinta se abría la puerta de
la celda, y Foyle y centenares de otros trastabillaban ciegos
a lo largo de los retorcidos corredores hasta Aseos.
Allí, aun en la oscuridad, eran procesados como bueyes en
un matadero: limpiados, afeitados, irradiados,
desinfectados, dosificados e inoculados. Se les quitaban sus
uniformes de papel, que eran enviados a los talleres para
ser convertidos en pulpa. Se les entregaban otros nuevos.
Luego regresaban a sus celdas, que habían sido limpiadas
automáticamente mientras estaban en Aseos. En su celda,
Foyle escuchaba interminables charlas terapéuticas,
lecturas, guía moral y ética, durante el resto de la mañana.
Luego regresaba el silencio, y no se oía nada más que el
fluir de la distante agua y los silenciosos pasos de los
guardas en los corredores.
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