Page 117 - Las Estrellas Mi Destino - Alfred Bester
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odiar las voces de los predicadores: el Comprensivo
barítono, el Alegre tenor, el Bajo de hombre a hombre.
Aprendió a volverse sordo ante la monotonía terapéutica y
a realizar su terapia ocupacional mecánicamente, pero no
tenía recursos para enfrentarse con las interminables horas
solitarias. La furia no era bastante.
Perdió la cuenta de los días, de las comidas, de los
sermones. Ya no susurraba en Aseos. Su mente se perdió y
comenzó a derivar. Se imaginó que estaba de regreso a
bordo del Nomad, reencarnando su lucha por la
supervivencia. Luego perdió hasta ese débil asidero en la
ilusión y comenzó a hundirse más y más profundamente
en el pozo de la catatonía: en el silencio de la matriz, la
oscuridad de la matriz y el sueño de la matriz.
Había sueños pasajeros. Un ángel le murmuró en cierta
ocasión. En otra ocasión cantó suavemente. Por tres veces
le oyó hablar:
—Oh, Dios... —y— ¡Maldita sea! —y— oh... —en una nota
descendente que destrozaba el corazón.
Se hundió en su abismo, escuchándole.
—Hay una forma de escapar —le murmuró su ángel al
oído, dulce y confortadoramente. Su voz era suave y cálida,
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