Page 120 - Las Estrellas Mi Destino - Alfred Bester
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ella. Nadie puede oírnos más que nosotros. Podemos
hablar, Foyle. Podemos planear. Tal vez podamos escapar.
Su nombre era Jisbella McQueen. Era de temperamento
agresivo, independiente, inteligente, y estaba cumpliendo
una cura de cinco años en la Gouffre Martel por robo.
Jisbella le contó a Foyle la alegremente furiosa historia de
su revuelta contra la sociedad.
—No te llegas a imaginar lo que el jaunteo nos ha hecho a
las mujeres, Gully. Nos ha encerrado, nos ha devuelto al
serrallo.
—¿Qué es un serrallo, muchacha?
—Un harén. Un lugar en que se guarda congeladas a las
mujeres. Tras un millar de años dé civilización (así lo
llaman) seguimos siendo objetos. El jaunteo constituye tal
peligro a nuestra virtud, a nuestra integridad, a nuestra
condición de doncellas, que se nos encierra como al oro en
una caja fuerte. No hay nada que podamos hacer... nada
respetable. Ni trabajos, ni carreras. No hay forma de
escapar de eso, Gully. A menos que una se rebele y vaya
contra las reglas.
—¿Y tenías que hacerlo, Jiz?
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