Page 41 - El Planeta Prohibido - Stuart W J
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cualquier  emergencia,  se  me  ordenara  permanecer  en  la

         enfermería. Pero, gracias a Dios, no había sido así.

                Y, gracias a Dios otra vez, nadie se inmiscuía conmigo.

         Adams,  con  los  binoculares  ante  sus  ojos,  efectuaba  una


         lenta y minuciosa observación del horizonte. Farman iba y

         venía, fumando un cigarrillo. Quinn, en cuatro pies, parecía

         absorto en el estudio del suelo arenoso. Yo me encontraba

         librado  a  mi  propio  albedrío  y  muy  contento.  Los  otros


         tenían  que  pensar,  pero  yo  no.  Podía  dejarlos  que  se

         encargaran  de  las  preocupaciones  y  entregarme  a  mis

         sentidos,  tratando  de  observar  todo  cuanto  veía  de


         extraño…

                Había bastante que mirar y observar. La sensación de

         semejanza con la Tierra había desaparecido por completo.


         Estábamos en un desierto, con el sol cayéndonos a plomo.

         Había  aire  para  respirar  y  arena  sobre  la  cual  caminar;

         panoramas  que  nuestros  ojos  podían  ver  y  además

         podíamos oír el crujido de nuestro calzado, al caminar. Pero


         nada  era  igual,  nada  era  ni  remotamente  parecido  a  la

         Tierra…

                No obstante, yo me sentía espléndidamente. Aspiraba

         profundas bocanadas del aire suave y embriagador. Miré al


         cielo color turquesa y luego a la arena rojiza. Contemplé a

         mi alrededor las extrañas agujas estalagmíticas de roca azul‐

         grisácea,  que  se  alzaban  sobre  el  arenal  en  montones





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