Page 490 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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cuando acepté la invitación de Hilary Bond
de dar otro de nuestros paseos por la playa.
Atravesamos rápidamente el bosque —a esas
alturas, los soldados habían limpiado varios
caminos que radiaban del campamento cen‐
tral— y, cuando llegamos a la playa, me
quité las botas y los calcetines, los tiré al
borde del bosque y me metí en el agua.
Hilary Bond también se quitó su calzado, un
poco más decorosamente, y lo colocó en la
arena junto con sus armas. Se levantó las
perneras del pantalón —pude ver que su
pierna izquierda era algo deforme, la piel
estaba contraída por una vieja quemadura—
y se metió en la espuma tras de mí.
Me quité la camisa (éramos muy informales
en aquel campamento del antiguo bosque) y
hundí la cabeza y el torso en el agua trans‐
parente, a pesar de que se me mojaban los
pantalones. Aspiré hondo, disfrutando de
todo: del calor del sol en la cara, del roce del
agua, de la suavidad de la arena entre los
dedos, del aroma de la sal y el ozono.
—Veo que te gusta venir aquí —dijo Hilary
con una sonrisa tolerante.
—Sí, mucho. —Le conté que estaba
ayudando al doctor—. ¿Sabes?, estoy
dispuesto a ayudar. Pero a las diez de hoy mi
cabeza estaba tan llena de cloroformo, éter y
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