Page 430 - Hijos del dios binario - David B Gil
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conductores, exprimiendo hasta el último
centímetro cúbico del motor de combustión,
aminorando antes de girar el volante y acelerando
en el corazón de las curvas. Los semáforos y
señales viales parecían no tener más importancia
para él que luces de Navidad, y las alertas de
infracción saltaban constantemente en el panel de
mandos del vehículo, que insistía en señalar con
una luz roja y un refinado tintineo cada invasión de
carril, cada límite de velocidad rebasado y cada
semáforo ignorado.
Cruzaron avenidas a no menos de ciento treinta
kilómetros por hora acompañados tan solo por el
suave zumbido del motor, el clac de las marchas al
encajar y, por encima de todo, el chirrido de los
neumáticos. Alicia miró de soslayo al conductor y
supo que estaba disfrutando. Había una suerte de
desahogo en su manera de acometer las curvas y
empujar en las rectas, pero no sería ella la que
pusiera objeciones a su agresiva forma de conducir.
El navegador les guio hasta la vieja M‐40 que
circunvalaba el norte de la ciudad. Una advertencia
saltó en el salpicadero y una voz femenina la leyó a
través de los altavoces: «El Departamento de
Tráfico ha notificado cinco denuncias contra su
vehículo. Ha sido sancionado con seis mil
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