Page 30 - EL CORAZON DE LA REVOLUCION
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animales salvajes. Yuya sabía muy bien de lo que sus
hermanos eran capaces, pero no quiso perderlos del todo.
Él era superior a ellos, especialmente en su moral.
Durante la fiesta, observó que ningún egipcio se les
acercaba, ni siquiera el Faraón quiso saludarlos. Estaban
solos en su mesa, comiendo manjares y separando
comida para llevar. No les importó si los saludaban o no,
tenían su propia fiesta y continuamente guardaban copas
y vasijas de valor, para llevar como recuerdo…
Los abrahamitas no tenían buena fama y eran mal vistos
cuando caminaban por las calles de la capital egipcia.
Muchas veces me pregunté si la semilla del
antisemitismo que desintegró mi familia, no nació allí y
sigue reencarnando a través de las generaciones. Así
como el Faraón Ramses II, el gran egocéntrico que quiso
ser dueño del mundo y proclamó la raza egipcia como
“raza superior”, reencarnó en Hitler con sus banderas y
desfiles, con sus legiones especiales y el mismo afán de
exterminar a los judíos.
Por suerte no tuve que convivir con las dos
encarnaciones, sólo me tocó Hitler, con toda su barbarie.
¡Qué aberración! Qué desgracia vivieron mis hermanos
judíos, en castigo por sus antecesores abrahamitas.
Yuya se avergonzó de sus hermanos y de las tribus
que estaban formando y yo, como descendiente de ellos,
también me siento afectado de que Abraham usara a su
mujer Sara, presentándola como hermana para obtener
beneficios del Faraón. ¿Qué le vio Dios para nombrarlo
como gran Patriarca de las tribus elegidas? Pero no
podemos discutir a Dios y menos juzgarlo. Si lo hacemos,
lo perdemos como Dios. Lo mismo sucede con un padre
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