Page 83 - La muerte de Artemio Cruz
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—¡Te digo que se está haciendo!
                      Yo  las  veo,  de  lejos.  Sus  dedos  abren  apresuradamente  el  segundo  fondo,
                  deslizándole de la base con respeto. No hay nada. Pero yo ya agito el brazo, señalando
                  hacia el muro de encino, el largo closet que abarca todo un costado de la recámara. Ellas
                  corren hacia allá, corren todas las puertas, corren todos los ganchos cargados de trajes
                  azules, a rayas, de dos botones, de pelusa irlandesa, sin recordar que no son mis trajes,
                  que mi ropa está en mi casa, corren todos los ganchos mientras yo les indico, con las
                  dos manos que apenas puedo mover, que quizá el documento está guardado en una de
                  las  bolsas  interiores  derechas  de  algún  traje.  Crece  la  premura  de  Teresa  y  Catalina,
                  hurgan ya sin recato, arrojan a la alfombra los sacos vacíos, hasta que los revisan todos
                  y me dan las caras. No puedo mantener una cara más seria. Estoy parapetado por los
                  almohadones  y  respiro  con  dificultad,  pero  mi  mirada  no  pierde  un  solo  detalle.  La
                  siento veloz y ávida. Pido con la mano que se acerquen:
                      —Ya recuerdo... en un zapato... ya recuerdo bien...
                      Verlas  a  las  dos  en  cuatro  patas,  sobre  el  reguero  de  sacos  y  pantalones,
                  ofreciéndome sus anchas caderas, moviendo las nalgas con un jadeo obsceno, entre mis
                  zapatos, y sólo entonces la agria dulzura nubla mis ojos, me llevo la mano al corazón y
                  cierro los párpados.
                      —Regina...
                      El murmullo de indignación y esfuerzo de las dos mujeres se va perdiendo en la
                  oscuridad. Muevo los labios para murmurar aquel nombre. No hay mucho tiempo para
                  recordar ya, para recordar al otro, al que amó... Regina...
                      «—Padilla... Padilla... Quiero comer algo ligero... No estoy muy bien del estómago.
                  Venga a acompañarme en cuanto eso esté listo...»
                      ¿Cómo? Seleccionas, construyes, haces, preservas, continúas: nada más... Yo...
                      «—Sí, hasta pronto. Mis respetos.
                      «—Bien hablado, señor. Es fácil aplastarlos.
                      «—No, Padilla, no es fácil. Pásame ese platón... ése, el de los sandwichitos... Yo he
                  visto a esta gente en marcha. Cuando se deciden, es difícil contenerlos...»
                      ¿Cómo iba la canción? Desterrado me fui para el sur, desterrado por el gobierno y al
                  año volví; ay qué noches tan intranquilas paso sin ti, sin ti; ni un amigo ni un pariente
                  que se duela; sólo el amor, sólo el amor, de esa mujer, me hizo volver...
                      «—Por  eso  hay  que  actuar  ahora,  cuando  el  descontento  contra  nosotros  nace,  y
                  aplastarlos  de  raíz.  Carecen  de  organización  y  se  están  jugando  el  todo  por  el  todo.
                  Éntrele, éntrele a los sandwichitos, que hay para dos...»
                      «—Agitación estéril...»
                      Tengo mi par de pistolas con su cacha de marfil para agarrarme a balazos con los
                  del ferrocarril yo soy rielera tengo mi Juan él es mi encanto yo soy un querer: si porque
                  me ves con botas piensas que soy militar soy un pobre rielerito del ferrocarril central.
                      «—No,  si  tienen  razón.  Y  no  la  tienen.  Pero  usted  que  fue  marxista  allá  en  sus
                  mocedades, ha de entender mejor. Usted, téngale miedo a lo que está pasando. Yo ya
                  no...
                      «—Allí afuera está Campanela.»
                      ¿Qué dijeron? ¿quiste? ¿hemorragia? ¿hernia? ¿oclusión? ¿perforación? ¿vólvulos?
                  ¿cólicos?
                      Ah,  Padilla,  yo  debo  tocar  un  botón  porque  tú  entras,  Padilla,  no  te  veo  porque
                  tengo  los  ojos  cerrados,  tengo  los  ojos  cerrados  porque  no  me  fío  ya  de  ese  parche
                  minúsculo, imperfecto, de mi retina: ¿qué tal si abro los ojos y la retina ya no recibe
                  nada, ya no traslada nada al cerebro?, ¿qué tal?

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