Page 43 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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fracciones principales de la clase dirigente".
La dualidad de la religión azteca, reflejo de su división teocrático-militar y de su sistema social,
corresponde también a los impulsos contradictorios que habitan cada ser y cada grupo humano. El
instinto de la muerte y el de la vida disputan en cada uno de nosotros. Esas tendencias profundas
impregnan la actividad de clases, castas e individuos y en los momentos críticos se manifiestan con
toda desnudez. La victoria del instinto de la muerte revela que el pueblo azteca pierde de pronto la
conciencia de su destino. Cuauhtémoc lucha a sabiendas de la derrota. En esta íntima y denodada
aceptación de su pérdida radica el carácter trágico de su combate. Y el drama de esta conciencia que
ve derrumbarse todo en torno suyo, y en primer término sus dioses, creadores de la grandeza de su
pueblo, parece presidir nuestra historia entera. Cuauhtémoc y su pueblo mueren solos, abandonados
de amigos, aliados, vasallos y dioses. En la orfandad.
La caída de la sociedad azteca precipita la del resto del mundo indio. Todas las naciones que lo
componían son presa del mismo horror, que se expresó casi siempre como fascinada aceptación de
la muerte. Pocos documentos son tan impresionantes como los escasos que nos restan sobre esa
catástrofe que sumió en una inmensa tristeza a muchos seres. He aquí el testimonio maya, según lo
relata el Chilam Balam de Chumayel: "El II Ahan Katun llegaron los extranjeros de barbas rubias,
los hijos del sol, los hombres de color claro. ¡Ay, entristezcámonos porque llegaron!... El palo del
blanco bajará, vendrá del cielo, por todas partes vendrá.... Triste estará la palabra de Hunab-Ku,
Única-deidad para nosotros, cuando se extienda por toda la tierra la palabra del Dios de los cielos..."
Y más adelante: "será el comenzar de los ahorcamientos, el estallar del rayo en el extremo del brazo
de los blancos", (las armas de fuego)... "cuando caiga sobre los Hermanos el rigor de la pelea,
cuando les caiga el tributo en la gran entrada del cristianismo, cuando se funde el principio de los
Siete Sacramentos, cuando comience el mucho trabajar en los pueblos y la miseria se establezca en
la tierra".
EL CARÁCTER de la Conquista es igualmente complejo desde la perspectiva que nos ofrecen los
testimonios legados por los españoles. Todo es contradictorio en ella.
Como la Reconquista, es una empresa privada y una hazaña nacional. Cortés y el Cid guerrean,
por su cuenta, bajo su responsabilidad y contra la voluntad de sus señores, pero en nombre y
provecho del Rey. Son vasallos, rebeldes y cruzados. En su conciencia y en la de sus ejércitos,
combaten nociones opuestas: los intereses de la Monarquía y los individuales, los de la fe y los del
lucro. Y cada conquistador, cada misionero y cada burócrata es un campo de batalla. Si,
aisladamente considerados, cada uno representa a los grandes poderes que se disputan la dirección
de la sociedad —el feudalismo, la Iglesia y la Monarquía absoluta—, en su interior pelean otras
tendencias. Las mismas que distinguen a España del resto de Europa y que la hacen, en el sentido
literal de la palabra, una nación excéntrica.
España es la defensora de la fe y sus soldados los guerreros de Cristo. Esta circunstancia no
impide al Emperador y a sus sucesores sostener polémicas encarnizadas con el Papado, que el
Concilio de Trento no hace cesar completamente. España es una nación todavía medieval y muchas
de las instituciones que erige en la Colonia y muchos de los hombres que las establecen son
medievales. Al mismo tiempo, el Descubrimiento y la Conquista de América son una empresa
renacentista. Así, España participa también en el Renacimiento —a menos que se piense que sus
hazañas ultramarinas, consecuencia de la ciencia, la técnica y aun de los sueños y utopías renacen-
tistas, no forman parte de ese movimiento histórico.
Por otra parte, los conquistadores no son nada más repeticiones del guerrero medieval, que lucha
contra moros e infieles. Son aventureros, esto es, gente que se interna en los espacios abiertos y se
arriesga en lo desconocido, rasgo también renacentista. El caballero medieval, por el contrario, vive
en un mundo cerrado. Su gran empresa fueron las Cruzadas, acontecimiento histórico de signo
distinto a la Conquista de América. El primero fue un rescate: el segundo, un descubrimiento y una
fundación. Y, en fin, muchos de los conquistadores —Cortés, Jiménez de Quesada— son figuras
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