Page 47 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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tierras nuevas en el momento en que ha dejado de ser creador. Ofrece una filosofía hecha y una fe
                  petrificada, de modo que la originalidad de los nuevos creyentes no encuentra ocasión de
                  manifestarse. Su adhesión es pasiva. El fervor  y la profundidad de la  religiosidad mexicana
                  contrasta con la relativa pobreza de sus creaciones. No poseemos una gran poesía religiosa, como
                  no tenemos una filosofía original, ni un solo místico o reformador de importancia. Esta situación
                  paradójica —y no por eso menos real— explica buena parte de nuestra historia y es el origen de
                  muchos de nuestros conflictos psíquicos. El catolicismo ofrece un refugio a los descendientes de
                  aquéllos que habían visto la exterminación de sus clases dirigentes, la destrucción de sus templos y
                  manuscritos y la supresión de las formas superiores de su cultura pero, por razón misma de su
                  decadencia europea, les niega toda posibilidad de expresar su singularidad. Así, redujo la par-
                  ticipación de los fieles a la más elemental y pasiva de las actitudes religiosas. Pocos podían alcanzar
                  una comprensión más entera de sus nuevas creencias. Y la inmovilidad de éstas, así como la del
                  enmohecido aparato escolástico, hacía más difícil  toda participación creadora. Agréguese que el
                  conjunto de los creyentes descendía de las clases inferiores de la antigua sociedad. Por tal razón,
                  eran gente con una tradición cultural pobre (los depositarios del saber mágico y religioso, guerreros
                  y sacerdotes, habían sido exterminados o españolizados). En suma, la creación religiosa estaba
                  vedada a los creyentes a consecuencia de las circunstancias que determinaban su participación. De
                  ahí la relativa infecundidad del catolicismo colonial, sobre todo si se recuerda su fertilidad entre
                  bárbaros y romanos, cristianizados en el momento en que la religión era la única fuerza viva del
                  mundo antiguo. No es difícil, pues, que nuestra actitud antitradicional y la ambigüedad de nuestra
                  posición frente al catolicismo se originen en este hecho. Religión y Tradición se nos han ofrecido
                  siempre como formas muertas, inservibles, que mutilan o asfixian nuestra singularidad. No es
                  sorprendente, en estas circunstancias, la persistencia del fondo precortesiano. El mexicano es un ser
                  religioso y su experiencia de lo Sagrado es muy verdadera, mas ¿quién es su Dios: las antiguas
                  divinidades de la tierra o Cristo? Una invocación chamula, verdadera plegaria a pesar de la
                  presencia de ciertos elementos mágicos, responde con claridad a esta pregunta:

                                      Santa tierra, santo cielo; Dios Señor, Dios hijo, Santa Tierra, Santo cielo, santa
                                   gloria, hazte cargo de mí, represéntame; ve mi trabajo, ve mi labor, ve mi sufrir.
                                   Gran Hombre, gran Señor, gran padre, gran petome, gran espíritu de mujer,
                                   ayúdame. En tus manos pongo el tributo; aquí está la reposición de su chulel. Por
                                   mi incienso, por mis velas, espíritu de  la luna, virgen madre del cielo, virgen
                                   madre de la tierra; Santa Rosa, por su primer hijo, por su primera gloria, ve a tu
                                   hijo estrujado en su espíritu, en su chulel.

                     En muchos casos el catolicismo sólo recubre las antiguas creencias cosmogónicas. He aquí cómo
                  el mismo chamula, Juan Pérez Jolote, nuestro  contemporáneo según el Registro Civil, nuestro
                  antepasado si se atiende a sus creencias, describe la imagen de Cristo en una iglesia de su pueblo,
                  explicando lo que significa para él y su raza:

                                      Éste que está encajonado es el Señor San Manuel; se llama también señor San
                                   Salvador, o señor San Mateo; es el que cuida a la gente, a las criaturas. A él se le
                                   pide que cuide a uno en la casa, en los caminos, en la tierra. Este otro que está en
                                   la cruz es también el señor San Mateo; está enseñando, está mostrando cómo se
                                   muere en la cruz, para enseñarnos a respetar... antes de que naciera San Manuel, el
                                   sol estaba frío igual que la luna. En la tierra vivían los pukujes, que se comían a la
                                   gente. El sol empezó a calentar cuando nació el niño Dios, que es hijo de la
                                   Virgen, el señor San Salvador.

                     En el relato del chamula, caso extremo y por lo tanto ejemplar, es visible la superposición




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