Page 68 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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Durante la época en que dirige al país Lázaro Cárdenas, la Revolución tiende a realizarse con
mayor amplitud y profundidad. Las reformas planeadas por los regímenes anteriores al fin se llevan
a cabo. La obra de Cárdenas consuma la de Zapata y Carranza. La necesidad de dar al pueblo algo
más que el laicismo liberal, produce la reforma del artículo tercero de la Constitución: "La
educación que imparta el Estado será socialista... combatirá el fanatismo y los prejuicios, creando
en la juventud un concepto racional y exacto del Universo y de la vida social." Para los mismos
marxistas el texto del nuevo artículo tercero era defectuoso: ¿cómo implantar una educación
socialista en un país cuya Constitución consagraba la propiedad privada y en donde la clase obrera
no poseía la dirección de los negocios públicos? Arma de lucha, la educación socialista creó muchas
enemistades inútiles al régimen y suscitó las fáciles críticas de los conservadores. Asimismo, se
mostró impotente para superar las carencias de la Revolución mexicana. Si las revoluciones no se
hacen con palabras, las ideas no se implantan con decretos. La filosofía implícita en el texto del ar-
tículo tercero no invitaba a la participación creadora, ni fundaba las bases de la nación, como lo
había hecho en su momento el catolicismo colonial. La educación socialista era una trampa en la
que sólo cayeron sus inventores, con regocijo de todos los reaccionarios. El conflicto entre la
universalidad de nuestra tradición y la imposibilidad de volver a las formas en que se había
expresado ese universalismo no podía ser resuelta con la adopción de una filosofía que no era, ni
podía ser, la del Estado mexicano.
El mismo conflicto desgarra las formas políticas y económicas creadas por la Revolución. En
todos los aspectos de la vida mexicana se encuentra, al mismo tiempo que una conciencia muy viva
de la autenticidad y originalidad de nuestra Revolución, un afán de totalidad y coherencia que ésta
no nos ofrece. El calpulli era una institución económica, social, política y religiosa que floreció
naturalmente en el centro de la vida precortesiana. Durante el período colonial logra convivir con
otras formas de propiedad gracias a la naturaleza del mundo fundado por los españoles, orden
universal que admitía diversas concepciones de la propiedad, tanto como cobijaba una pluralidad de
razas, castas y clases. Pero ¿cómo integrar la propiedad comunal de la tierra en el seno de una
sociedad que inicia su etapa capitalista y que de pronto se ve lanzada al mundo de las contiendas
imperialistas? El problema era el mismo que se planteaba a escritores y artistas: encontrar una
solución orgánica, total, que no sacrificara las particularidades de nuestro ser a la universalidad del
sistema, como había ocurrido con el liberalismo, y que tampoco redujera nuestra participación a la
actitud pasiva, estática del creyente o del imitador. Por primera vez al mexicano se le plantean vida
e historia como algo que hay que inventar de pies a cabeza. En la imposibilidad de hacerlo, nuestra
cultura y nuestra política social han vacilado entre diversos extremos. Incapaces de realizar una
síntesis, hemos terminado por aceptar una serie de compromisos, tanto en la esfera de la educación
como en la de los problemas sociales. Estos compromisos nos han permitido defender lo ya
conquistado, pero sería peligroso considerarlos definitivos. El texto actual del artículo tercero
refleja esta situación. La enmienda constitucional ha sido benéfica pero, por encima de cualquier
consideración técnica, siguen sin contestar ciertas preguntas: ¿cuál es el sentido de la tradición
mexicana y cuál es su valor actual? ¿cuál es el programa de vida que ofrecen nuestras escuelas a los
jóvenes? Las respuestas a estas preguntas no pueden ser la obra de un hombre. Si no las hemos
contestado es porque la historia misma no ha resuelto ese conflicto.
UNA VEZ cerrado el período militar de la Revolución, muchos jóvenes intelectuales —que no
habían tenido la edad o la posibilidad de participar en la lucha armada— empezaron a colaborar con
los gobiernos revolucionarios. El intelectual se convirtió en el consejero, secreto o público, del
general analfabeto, del líder campesino o sindical, del caudillo en el poder. La tarea era inmensa y
había que improvisarlo todo. Los poetas estudiaron economía, los juristas sociología, los novelistas
derecho internacional, pedagogía o agronomía. Con la excepción de los pintores —a los que se
protegió de la mejor manera posible: entregándoles los muros públicos— el resto de la
"inteligencia" fue utilizada para fines concretos e inmediatos; proyectos de leyes, planes de
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