Page 73 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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voluntad de desarraigo. El siglo XIX debe verse como ruptura total con la Forma. Y
                  simultáneamente, el movimiento liberal se manifesta como una tentativa utópica, que provoca la
                  venganza de la realidad. El esquema liberal se convierte en la simulación del positivismo. Nuestra
                  historia independiente, desde que empezamos  a tener conciencia de nosotros mismos, noción de
                  patria y de ser nacional, es ruptura y búsqueda. Ruptura con la tradición, con la Forma. Y búsqueda
                  de una nueva Forma, capaz de contener todas nuestras particularidades y abierta al porvenir. Ni el
                  catolicismo, cerrado al futuro, ni el liberalismo, que sustituía al mexicano concreto por una
                  abstracción inánime, podían ser esa Forma buscada, expresión de nuestros quereres particulares y
                  de nuestros anhelos universales.
                     La Revolución fue un descubrimiento de nosotros mismos y un regreso a los orígenes, primero;
                  luego una búsqueda y una tentativa de síntesis, abortada varias veces; incapaz de asimilar nuestra
                  tradición, y ofrecernos un nuevo proyecto salvador, finalmente fue un compromiso. Ni la
                  Revolución ha sido capaz de articular toda su salvadora explosión en una visión del mundo, ni la
                  "inteligencia" mexicana ha resuelto ese conflicto entre la insuficiencia de nuestra tradición y nuestra
                  exigencia de universalidad.
                     Esta recapitulación conduce a plantear el problema de una filosofía mexicana, suscitado
                  recientemente por Ramos y Zea.  Los conflictos examinados en el curso de este ensayo habían
                  permanecido hasta hace poco ocultos, recubiertos por formas e ideas extrañas, que si habían servido
                  para justificarnos, también nos impidieron manifestarnos y manifestar la índole de nuestra querella
                  interior. Nuestra situación era semejante a la del neurótico, para quien los principios morales y las
                  ideas abstractas no tienen más función práctica que la defensa de su intimidad, complicado sistema
                  con el que se engaña, y engaña a los demás, acerca del verdadero significado de sus inclinaciones y
                  la índole de sus conflictos. Pero en el momento en que éstos aparecen a plena luz y tal cual son, el
                  enfermo debe afrontarlos y resolverlos por sí mismo. Algo parecido nos ocurre. De pronto nos
                  hemos encontrado desnudos, frente a una realidad también desnuda. Nada nos justifica ya y sólo
                  nosotros podemos dar respuesta a las preguntas que nos hace la realidad. La reflexión filosófica se
                  vuelve así una tarea salvadora y urgente, pues no tendrá nada más por objeto examinar nuestro
                  pasado intelectual, ni describir  nuestras actitudes características, sino que deberá ofrecernos una
                  solución concreta, algo que dé sentido a nuestra presencia en la tierra.
                     ¿Cómo puede ser mexicana una reflexión filosófica de esta índole? En tanto que examen de
                  nuestra tradición será una filosofía de la historia de México y una historia de las ideas mexicanas.
                  Pero nuestra historia no es sino  un fragmento de la Historia universal. Quiero decir: siempre,
                  excepto en el momento de la Revolución, hemos vivido nuestra historia como un episodio de la del
                  mundo entero. Nuestras ideas, asimismo, nunca han sido nuestras del todo, sino herencia o
                  conquista de las engendradas por Europa. Una filosofía de la historia de México no sería, pues, sino
                  una reflexión sobre las actitudes que hemos asumido frente a los temas que nos ha propuesto la
                  Historia universal: contrarreforma, racionalismo, positivismo, socialismo. En suma, la meditación
                  histórica nos llevaría a responder esta pregunta: ¿cómo han vivido los mexicanos las ideas
                  universales?
                     La pregunta anterior entraña una idea acerca del carácter distintivo de la mexicanidad, segundo
                  de los temas de esa proyectada filosofía mexicana. Los mexicanos no hemos creado una Forma que
                  nos exprese. Por lo tanto, la mexicanidad no se puede identificar con ninguna forma o tendencia
                  histórica concreta: es una oscilación entre varios proyectos universales, sucesivamente trasplantados
                  o impuestos y todos hoy inservibles. La mexicanidad, así, es una manera de no ser nosotros mismos,
                  una reiterada manera de ser y vivir otra cosa. En suma, a veces una máscara y otras una súbita
                  determinación por buscamos, un repentino abrirnos el pecho para encontrar nuestra voz más secreta.
                  Una filosofía mexicana tendrá que afrontar la  ambigüedad de nuestra tradición y de nuestra
                  voluntad misma de ser, que si exige una plena originalidad nacional no se satisface con algo que no
                  implique una solución universal.
                     Varios escritores se han impuesto la tarea de examinar nuestro pasado intelectual. Destacan en




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