Page 64 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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ofrecía eran inservibles. La realidad las hizo astillas antes siquiera de que la historia las pusiese a
                  prueba.
                     La permanencia del programa liberal, con su división clásica de poderes —inexistentes en
                  México—, su federalismo teórico y su ceguera ante nuestra realidad, abrió nuevamente la puerta a
                  la mentira y la inautenticidad.
                     No es extraño, por lo tanto, que buena parte de nuestras ideas políticas sigan siendo palabras
                  destinadas a ocultar y oprimir nuestro verdadero ser. Por otra parte, la influencia del imperialismo
                  frustró en parte la posibilidad de desarrollo de una burguesía nativa, que sí hubiera hecho viable el
                  esquema liberal. La restauración de la propiedad comunal entrañaba la liquidación del feudalismo y
                  debería haber determinado el acceso al poder de la burguesía. Nuestra evolución hubiese seguido
                  así los mismos pasos que la de Europa. Pero nuestra marcha es excéntrica. El imperialismo no nos
                  dejó acceder a la "normalidad histórica" y las clases dirigentes de México no tienen más misión que
                  colaborar, como administradoras  o asociadas, con un poder extraño. Y en esta situación de
                  ambigüedad histórica reside el peligro de un  neoporfirismo. Banqueros e intermediarios pueden
                  apoderarse del Estado. Su función no sería diversa a la de los latifundistas porfirianos; como ellos,
                  serían herederos de un movimiento revolucionario: gobernarían al país con la máscara de la
                  Revolución, como Díaz lo hizo con la del liberalismo. Sólo que en esta ocasión sería difícil echar
                  mano de una filosofía que cumpla la función del positivismo. Ya no hay "ideas hechas" en nuestro
                  mundo.

                     Si SE CONTEMPLA la Revolución mexicana desde las ideas esbozadas en este ensayo, se advierte
                  que consiste en un movimiento tendente a reconquistar nuestro pasado, asimilarlo y hacerlo vivo en
                  el presente. Y esta voluntad de regreso, fruto de la soledad y de la desesperación, es una de las fases
                  de esa dialéctica de soledad y comunión, de reunión y separación que parece presidir toda nuestra
                  vida histórica. Gracias a la Revolución el mexicano quiere reconciliarse con su Historia y con su
                  origen. De ahí que nuestro movimiento tenga un carácter al mismo tiempo desesperado y redentor.
                  Si estas palabras, gastadas por tantos labios, guardan aún algún significado para nosotros, quieren
                  decir que el pueblo se rehusa a toda ayuda exterior, a todo esquema propuesto desde afuera y sin
                  relación profunda con su ser, y se vuelve sobre  sí mismo. La desesperación, el rehusarse a ser
                  salvado por un proyecto ajeno a su historia, es un movimiento del ser que se desprende de todo
                  consuelo y se adentra en su propia intimidad: está solo. Y en ese mismo instante, esa soledad se
                  resuelve en tentativa de comunión. Nuevamente desesperación y soledad, redención y comunión,
                  son términos equivalentes.
                     Es notable cómo, a través de una búsqueda muy lenta y pródiga en confusiones, la Revolución
                  cristaliza. No es un esquema que un grupo impone a la realidad sino que ésta, como querían los
                  románticos alemanes, se manifiesta y empieza a  adquirir forma en varios sitios, encarnando en
                  grupos antagónicos y en horas diversas. Y sólo hasta ahora es posible ver que forman parte de un
                  mismo proceso figuras tan opuestas como Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, Luis Cabrera y
                  José Vasconcelos, Francisco Villa y Alvaro Obregón, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas,
                  Felipe Ángeles y Antonio Díaz Soto y Gama. Si se compara a los protagonistas de la Reforma con
                  los de la Revolución se advierte, amén de la claridad de ideas de los primeros y de la confusión de
                  los segundos, que la eminencia de los liberales no los redime de cierta sequedad, que los ha hecho
                  figuras respetables, pero oficiales, héroes de Oficina Pública, en tanto que la brutalidad y zafiedad
                  de muchos de los caudillos revolucionarios no les ha impedido convertirse en mitos populares. Villa
                  cabalga todavía en el norte, en canciones y corridos; Zapata muere en cada feria popular; Madero se
                  asoma a los balcones agitando la bandera nacional; Carranza y Obregón viajan aún en aquellos
                  trenes revolucionarios, en un ir y venir por todo el país, alborotando los gallineros femeninos y
                  arrancando a los jóvenes de la casa paterna. Todos los siguen: ¿a dónde? Nadie lo sabe. Es la
                  Revolución, la palabra mágica, la palabra que va a cambiarlo todo y que nos va a dar una alegría
                  inmensa y una muerte rápida. Por la Revolución el pueblo mexicano se adentra en sí mismo, en su




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