Page 70 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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significación de sus conclusiones. Pero ese libro continúa siendo el único punto de partida que
                  tenemos para conocernos. No sólo la mayor parte de sus observaciones son todavía válidas, sino
                  que la idea central que lo inspira sigue siendo verdadera: el  mexicano es un ser que cuando se
                  expresa se oculta; sus palabras y gestos son casi siempre máscaras. Utilizando un método distinto al
                  empleado en ese estudio, Ramos nos ha dado una descripción muy penetrante de ese conjunto de
                  actitudes que hacen de cada uno de nosotros un ser cerrado e inaccesible.
                     Mientras Samuel Ramos descubre el sentido de algunos de nuestros gestos más característicos —
                  exploración que habría que completar con un psicoanálisis de nuestros  mitos y creencias y un
                  examen de nuestra vida erótica— Jorge Cuesta  se preocupa por indagar  el sentido de nuestra
                  tradición. Sus ideas, dispersas en artículos de crítica estética y política, poseen coherencia y unidad
                  a pesar de que su autor jamás tuvo ocasión de reunirías en un libro. Lo mismo si trata del clasicismo
                  de la poesía mexicana que de la influencia de Francia en nuestra cultura, de la pintura mural que de
                  la poesía de López Velarde, Cuesta cuida de reiterar este pensamiento: México es un país que se ha
                  hecho a sí mismo y que, por lo tanto, carece de pasado. Mejor dicho, México se ha hecho contra su
                  pasado, contra dos localismos, dos inercias y dos casticismos: el indio y el español. La verdadera
                  tradición de México no continúa sino niega la colonial pues es una libre elección de ciertos valores
                  universales: los del racionalismo francés. Nuestro "francesismo" no es accidental, ni es fruto de una
                  mera circunstancia histórica. En la cultura francesa, que también es libre elección, el mexicano se
                  descubre como vocación universal. Los modelos de nuestra poesía, como los que inspiran nuestros
                  sistemas políticos, son universales e indiferentes a tiempo, espacio y color local: implican una idea
                  del hombre y tienden a realizarla sacrificando nuestras particularidades nacionales. Constituyen un
                  Rigor y una Forma. Así, nuestra poesía no es romántica o nacional sino cuando desfallece o se
                  traiciona. Otro tanto ocurre con el resto de nuestras formas artísticas y políticas.
                     Cuesta desdeña el examen histórico. Ve en la tradición española nada más inercia, conformismo
                  y pasividad porque ignora la otra cara de esa tradición. Omite analizar la influencia de la tradición
                  indígena, también. Y nuestra preferencia por la cultura francesa ¿no es más bien hija de diversas
                  circunstancias, tanto de la Historia Universal como de la mexicana, que de una supuesta afinidad?
                  Influido por Julián Benda, Cuesta olvida que la cultura francesa se alimenta de la historia de Francia
                  y que es inseparable de la realidad que la sustenta.
                     A pesar de las limitaciones de su posición intelectual, más visibles ahora que cuando su autor las
                  formuló a través de esporádicas publicaciones periodísticas, debemos a Cuesta varias observaciones
                  valiosas. México, en efecto, se define a sí mismo como negación de su pasado. Su error, como el de
                  liberales y positivistas, consistió en pensar que esa negación entrañaba forzosamente la adopción
                  del radicalismo y del clasicismo franceses en política, arte y poesía. La historia misma refuta su
                  hipótesis: el movimiento revolucionario, la poesía contemporánea, la pintura y, en fin, el
                  crecimiento mismo del país, tienden a imponer nuestras particularidades y a romper la geometría
                  intelectual que nos propone Francia. El radicalismo mexicano, como se ha procurado mostrar en
                  este ensayo, tiene otro sentido.
                     Más allá de las diferencias que los separan, se advierte cierto parentesco entre Ramos y Cuesta.
                  Ambos, en dirección contraria, reflejan nuestra voluntad de conocemos. El primero representa esa
                  tendencia hacia nuestra propia intimidad que  encarnó la Revolución mexicana; el segundo, la
                  necesidad de insertar nuestras particularidades en una tradición universal.
                     Otro solitario es Daniel Cosío Villegas. Economista e historiador, fue el fundador del Fondo de
                  Cultura Económica, empresa editorial no lucrativa que tuvo por  primer objetivo —y de ahí su
                  nombre— proporcionar a los hispanoamericanos los textos fundamentales de la ciencia económica,
                  de Smith y los fisiócratas a Keynes, pasando por Marx. Gracias a Cosío y sus sucesores, el Fondo se
                  transformó en una editorial de obras de filosofía, sociología e historia que han renovado la vida
                  intelectual de los países de habla española. Debemos a Cosío Villegas el examen más serio y
                  completo del régimen porfirista. Pero quizá lo mejor y más estimulante de su actividad intelectual
                  es el espíritu que anima a su crítica, la desenvoltura de sus opiniones, la independencia de su juicio.




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