Page 84 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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grandes— se convierta en definitiva petrificación, hay posibilidades de acción concertada e
                  inteligente.
                     Hemos olvidado que hay muchos como nosotros, dispersos y aislados. A los mexicanos nos hace
                  falta una nueva sensibilidad frente a la América Latina; hoy esos países despiertan: ¿los dejaremos
                  solos? Tenemos amigos desconocidos en los Estados Unidos y en Europa. Las luchas en Oriente
                  están ligadas, de alguna manera,  a las nuestras. Nuestro nacionalismo, si no es una enfermedad
                  mental o una idolatría, debe desembocar en una búsqueda universal. Hay que partir de la conciencia
                  de que nuestra situación de enajenación es la de la mayoría de los pueblos. Ser nosotros mismos
                  será oponer al avance de los hielos históricos el rostro móvil del hombre. Tanto mejor si no tenemos
                  recetas ni remedios patentados para nuestros  males. Podemos, al menos, pensar y obrar con
                  sobriedad y resolución.
                     El objeto de nuestra reflexión no es diverso al que desvela a otros hombres y a otros pueblos:
                  ¿cómo crear una sociedad, una cultura, que no niegue nuestra humanidad pero tampoco la convierta
                  en una vana abstracción? La pregunta que se hacen todos los hombres hoy no es diversa a la que se
                  hacen los mexicanos. Todo nuestro malestar, la violencia contradictoria de nuestras reacciones, los
                  estallidos de nuestra intimidad y las bruscas explosiones de nuestra historia, que fueron primero
                  ruptura y negación de las formas petrificadas que nos oprimían, tienden a resolverse en búsqueda y
                  tentativa por crear un mundo en donde no imperen ya la mentira, la mala fe, el disimulo, la avidez
                  sin escrúpulos, la violencia y la simulación. Una sociedad, también, que no haga del hombre un
                  instrumento y una dehesa de la Ciudad. Una sociedad humana.
                     El mexicano se esconde bajo muchas máscaras, que luego arroja un día de fiesta o de duelo, del
                  mismo modo que la nación ha desgarrado todas  las formas que la asfixiaban. Pero no hemos
                  encontrado aún esa que reconcilie nuestra libertad con el orden, la palabra con el acto y ambos con
                  una evidencia que ya no será sobrenatural, sino humana: la de nuestros semejantes. En esa búsqueda
                  hemos retrocedido una y otra vez, para luego avanzar con más decisión hacia adelante. Y ahora, de
                  pronto, hemos llegado al límite: en unos cuantos años hemos agotado todas las formas históricas
                  que poseía Europa. No nos queda sino la desnudez o la mentira. Pues tras este derrumbe general de
                  la Razón y la Fe, de Dios y la Utopía, no se levantan ya nuevos o viejos sistemas intelectuales,
                  capaces de albergar nuestra angustia y tranquilizar nuestro desconcierto; frente a nosotros no hay
                  nada. Estamos al fin solos. Como todos los hombres. Como ellos, vivimos el mundo de la violencia,
                  de la simulación y del "ninguneo": el de la soledad cerrada, que si nos defiende nos oprime y que al
                  ocultarnos nos desfigura y mutila. Si nos arrancamos esas máscaras, si nos abrimos, si, en fin, nos
                  afrontamos, empezaremos a vivir y pensar de verdad. Nos aguardan una desnudez y un desamparo.
                  Allí, en la soledad abierta, nos espera también  la trascendencia: las manos de otros solitarios.
                  Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres.





























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