Page 153 - COELHO PAULO - El Demonio Y La Srta Prym 4.RTF
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El extranjero no necesitaba que Chantal le
                   contara el resto de la historia; Sabino y Ahab
                   tenían los mismos instintos; el Bien y el Mal
                   luchaban por ellos, como luchaban por todas las
                   almas de la Tierra. Cuando Ahab comprendió que
                   Sabino era igual que él, también comprendió que él
                   era igual que Sabino.
                            Todo era una cuestión de control. Y de
                   elección. Nada más.


                            Chantal contempló por última vez el valle,
                   las montañas, los bosques por donde solía caminar
                   de pequeña, y sintió en la boca el sabor a verduras
                   recién recolectadas, a vino casero, hecho con la
                   mejor uva de la comarca, que era celosamente
                   guardada por la gente del pueblo para que ningún
                   turista lo descubriese, ya que la producción era
                   demasiado limitada para poder exportarlo a otros
                   lugares, y el dinero podía hacer cambiar de
                   opinión al viticultor.
                            Sólo había vuelto para despedirse de Berta;
                   llevaba la misma ropa que de costumbre, para que
                   nadie se percatara de que, durante su corto viaje
                   a la ciudad, se había convertido en una mujer
                   rica: el extranjero se había encargado de todo,
                   había firmado los papeles de transferencia del
                   metal, se había encargado de la venta del oro y de
                   que el dinero fuera ingresado en la nueva cuenta
                   de la señorita Prym. El cajero del banco los había
                   mirado con una discreción exagerada y no había
                   hecho más preguntas de las estrictamente
                   necesarias para efectuar las transacciones. Pero
                   Chantal sabía perfectamente lo que aquel hombre
                   había pensado: que se hallaba delante de la joven
                   amante de un señor maduro.
                            "¡Qué sensación tan agradable!", recordó.
                   Según el cajero del banco, ella era tan buena en
                   la cama que valía esa inmensa cantidad de dinero.


                            Se cruzó con algunos vecinos; nadie sabía
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