Page 350 - La Constelación Del Perro - Peter Heller
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hierbas. El viejo llegaba por la puerta de la cerca
con dos estacas de abeto bien secas, a juzgar
por lo poco que parecían pesarle. Caían de los
árboles leves penachos de plumas, paracaídas
de las semillas de los álamos. No flotaban muy
bien. Cerré los ojos, oí el susurro rítmico de la
sierra, como la respiración fuerte de un animal
ronco. Luego oí el golpetazo, el crujido del tronco
al quebrarse. Me aterrizó en el párpado una
semilla de álamo.
Al cabo de un rato me levanté, me eché agua
del arroyo en la cara y fui andando hasta donde
ella estaba arrancando hierbajos, ahora a la
sombra del acantilado. Me puse en cuclillas en la
siguiente fila y empecé a hundir los dedos en la
tierra y a tirar. Me miró y sonrió.
Nosotros también tenemos, le dije. Un huerto.
Asintió con la cabeza.
Silencio. Trabajábamos en silencio. Qué
alivio.
Al día siguiente, después de desayunar,
volvimos a escardar. El sol se elevó en el cielo,
empujó la sombra contra la pared.
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