Page 107 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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construir su propio dios.
Cinco gigantescas fauces de ladrillo se abrían para
fagocitar cada una de las líneas férreas de la ciudad.
Las vías se desplegaban bajo los arcos como lenguas
gigantescas. Las tiendas, cámaras de tortura, talleres,
despachos y espacios vacíos llenaban el grueso vientre
del edificio, que, desde cierto ángulo, con una luz
determinada, parecía agazaparse sosteniendo el peso
de la Espiga, preparándose para saltar sobre el cielo
infinito para invadirlo.
El romance no nublaba la visión de Isaac. Veía el
vuelo allá donde mirara (tenía los ojos hinchados: tras
ellos zumbaba un cerebro lleno de nuevas fórmulas y
hechos diseñados para evadirse de la garra de la
gravedad) y era consciente de que no se trataba de una
huida hacia un lugar mejor. El vuelo era algo secular,
profano: poco más que el paso de una zona de Nueva
Crobuzon a otra.
Aquello le alegraba. Era un científico, no un místico.
Se tumbó en la cama y miró por la ventana. Siguió
una mota de polvo tras otra con la mirada. A su
alrededor, en la cama, desparramados sobre el suelo
como una marea de papel, había libros y artículos,
notas mecanografiadas y pliegos de diagramas
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