Page 329 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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La tierra era más cómoda para mis pies, y el cielo inmenso
más indulgente para mis ojos. Pero no me engañarían. No
sería seducido. No era el cielo del desierto. Era un imitador,
un sucedáneo que trataba de engañarme. La vegetación
reseca me golpeaba con cada ráfaga de viento, mucho más
exuberante que mi hogar. A lo lejos estaba el bosque que sabía
que se extendía al norte, hasta los límites de Nueva
Crobuzon, hacia el este hasta el mar. En lugares secretos de
su frondosa vegetación se arracimaban vastas, oscuras,
ignotas máquinas, pistones y engranajes, trompas de hierro
entre el verdor, oxidando las cortezas.
No me acerqué a ellas.
A mi espalda, donde el río se bifurcaba, había cenagales,
una especie de estuario interior sin objetivo con vagas
promesas de disolverse en el mar. Allí permanecí en las
chozas elevadas de los zancudos, esa raza callada y devota.
Me alimentaron y me cantaron nanas. Cacé con ellos,
empalando caimanes y anacondas. Fue en los pantanos donde
perdí mi hoja, rota en la carne de algún terrible predador que
saltó de repente sobre mí desde el fango y los juncos
enlodados. Luchaba y gañía como una tetera en el fuego y
desapareció en el limo. No sé si murió.
Antes del cenagal y el río hubo días de pastos y laderas
resecas, que según me dijeron estaban cuajadas de bandidos
rehechos huidos de la justicia. No vi ninguno.
Hubo aldeas que me sobornaron con carne y ropas,
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