Page 65 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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         Ven,  princesa  —dijo—.  Tienes  el  corazón  de  un  tigre,  es

         cierto. Pero no lo hagas difícil.



                Aceptó el manto cuando se lo pasó por los hombros y


         después se subió al talud junto a él, sobre la inmensa espalda

         del primitivo animal. Había lugares más suaves allí, blandos

         por  el  musgo  y  el  liquen,  y  era  hermoso  tumbarse  y

         contemplar las estrellas, ver cómo la luna surcaba el cielo.



                Esta  era  una  bestia  salvaje,  estaba  claro.  No  de  las


         mineras. Tan solo un ser salvaje con una vida lenta y salvaje

         que cantaba sus canciones lentas y salvajes. Sola, pero no

         infeliz, al modo en que aquellas criaturas podían serlo. Y

         ahora se aparearía (sintió al segundo talud acercarse por el


         costado, aunque no había peligro; los taludes se anclaban el

         uno junto al otro como barcos, en vez de que el uno montara

         al  otro  como  un  ansioso  caballo  semental)  y  puede  que


         tuviera criaturas, incluso que las diera a luz, o como fuera

         que los taludes hacían estas cosas.



                Pero Temel le dio calor con su cuerpo y el talud nunca

         tendría la oportunidad. Por la mañana, Temel guiaría a sus

         hombres contra la bestia y ni  el liquen ni el musgo ni su


         aspecto  rocoso  significarían  nada.  Las  canciones  lentas  y

         errantes  y  el  fuego  que  anidaba  en  su  corazón  no  serían

         nada. Eran ejércitos. Era la revolución. Era liberarse del kan.
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