Page 82 - La Era Del Diamante - Neal Stephenson
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La  señora  Hull  no  le  había  oído  y  todavía


               andaba  medio  dormida  por  su  habitación.


               Hackworth puso un bollo en el horno tostador y


               salió al diminuto balcón de su piso con una taza


               de té, disfrutando un poco de la brisa matutina del


               estuario del Yangtsé.





                  El edificio de los Hackworth era uno de muchos


               que  bordeaban  un  jardín  de  una  manzana  de


               largo  donde  los  madrugadores  ya  estaban


               paseando los spaniels o tocándose los dedos de los


               pies. Más abajo, en la cuesta de Nueva Chusan, los


               Territorios Cedidos se despertaban: los senderos


               salían de los barracones y se alineaban en las calles


               para cantar durante su calistenia matutina. Todos


               los  demás  tetes,  apretados  en  los  diminutos


               enclaves  pertenecientes  a  las  phyles  sintéticas,


               activaban sus propios mediatrones para ahogar el


               de  los  senderos,  detonaban  fuegos  artificiales  o


               rifles  —nunca  había  sabido  distinguirlos—  y


               unos pocos aficionados a la combustión interna


               arrancaban  sus  vehículos  a  motor,  cuanto  más


               ruidosos mejor.  Los viajeros se alineaban  en  las


               estaciones  del  subterráneo,  esperando  cruzar  la


               Alta‐vía hacia el Gran Shanghai, que parecía sólo


               un         frente           tormentoso                  de         contaminación


               manchado de neón y carbón que ocupaba todo el


               horizonte.


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