Page 106 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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embutí en el albornoz y me dirigí al baño... el cuerpo
me solicitaba cuidados. Después de todas las aventuras
que había tenido que sufrir, podía permitirme relajarlo
durante cuarenta minutos en agua caliente y,
entretanto, pensar en lo que había leído durante el día.
Llené la bañera —amplia, pintada de color lila—,
arrojé el albornoz a un lado y, tras abrir un prudente
hueco entre las nubes de espuma de la superficie, me
hundí en el agua. Para mí, un baño como ése es lo
mejor. ¿En qué otra situación puede sentirse uno como
si se hallara de nuevo en el seno materno? Es el billete
de entrada al paraíso perdido, válido hasta que el agua
se enfría. Entiendo que un suicida pueda decidirse por
este método; al cortarse las venas dentro del agua
caliente cierra al mismo tiempo el círculo de la vida, lo
abandona en su mismo punto de partida, y se regala a
sí mismo media hora adicional del beatífico reposo que
le aguarda al otro lado. Y, no menos importante,
dispone de treinta minutos para cambiar de opinión
antes de llegar al final...
Al cabo de un rato se produjo el efecto deseado: mi
cáscara mortal se había disuelto por completo en la
aromática y espumosa decocción, y mi entendimiento
había quedado en absoluta libertad. Cerré los ojos y me
dediqué a planear los próximos pasos.
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