Page 270 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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En la antesala (no podría llamarla de otra manera)
de la agencia de traductores Akab Tsin no se
encontraba ya la señorita atractiva y robótica que me
había entregado el quinto capítulo en mi primera visita
y con ello me había redimido y condenado a un tiempo,
sino un joven elegante, a la última moda, en traje
estricto, que habría quedado igualmente bien en las
páginas de una revista de noticias sobre la alta
sociedad. Reconocí en él un ligero toque de frivolidad,
como sería habitual en un cóctel de empleados de
banca.
Tenía los dientes blancos como las cumbres de los
Alpes y él lo sabía muy bien: era asombrosa la
pertinacia con que se mantenía en su rostro la
deslumbrante sonrisa, mientras que sus ojos, al mismo
tiempo, no expresaban nada. Probablemente se
necesitan varios años de práctica para desarrollar tal
habilidad.
El joven tomó la carpeta con el trabajo terminado,
me dio las gracias, me llamó correctamente por mi
nombre y apellido, y me preguntó si deseaba seguir
trabajando con el mismo cliente. Tuvo el tacto de fingir
que no notaba el sudor que me cubrió la frente y el
temblor en mis manos, que tendí con la avidez de un
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