Page 268 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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leerán aburridos libros de texto, y verán películas
tendenciosas, y estatuas de granito cuyos ojos severos,
sin pupilas, contemplan la eternidad.
Como a casi todos los rusos, se me humedecen los
ojos cuando una profunda voz de barítono entona el
himno «Este día de la victoria...». También yo he
crecido con las muchísimas películas sobre tanquistas
corajudos y el heroico espía Kuznetsov. Aún hoy, aún
saben todos los niños que, al hacer dibujitos sobre el
cuaderno de la escuela, hay que poner en una de las
banderas la cruz gamada como símbolo del mal, y en la
otra la estrella roja, la encarnación del bien. Seguro que
yo mismo debo de haber gastado un buen montón de
blocs de notas con esas figuritas. Y cuando llega ese día
que se repite cada año y veo a un viejo con la
condecoración en el pecho, siento también el deseo de
darle las gracias... aunque, al mismo tiempo, me ataque
los nervios con sus inacabables quejas y su estupidez, y
le desee lo peor. Al llegar ese día, yo mismo escribo a
conciencia la palabra VICTORIA con letras grandes.
Es evidente que siento lo mismo que la mayoría de
nosotros por esa guerra, y por los hombres que ganaron
para nosotros esa victoria. Pero no entiendo por qué
cada año le damos más importancia a ese triunfo y
nadie se sorprende por ello.
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