Page 53 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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A fray Joaquín me lo representaba como un hombre
alto, pero de cuerpo encorvado, pálido, de nariz
aguileña, como pico de ave de rapiña. Me lo imaginaba
con ojos negros, empañados casi siempre por la
melancolía, aun cuando centellearan con justa ira, y
ojeras muy pronunciadas, malsanas, producto de largos
años de lecturas en las bibliotecas de los monasterios.
De acuerdo con las ascéticas costumbres de los
franciscanos, vestía un hábito ceniciento de arpillera, y,
en vez de cinturón, un sencillo cordel.
No me había formado ninguna imagen de los guías
indios. ¿Vestirían igual que los españoles? ¿O llevaban
los atavíos de los mayas? ¿Y cómo debían de ser estos
últimos?
Lo más extraño era lo que me ocurría con el autor
de la relación. Al pensar en él, me lo imaginaba igual a
mí mismo, pero curtido por el sol y musculoso. Me
comportaba igual que el niño que lee las aventuras de
El último mohicano. Al sorprenderme a mí mismo con
tales pensamientos, me asaltaba un sentimiento
confuso, a medio camino entre una ligera vergüenza y
el atrevimiento pueril, como si hubiera jugado en
secreto con juguetes que no correspondían a mi edad,
pero que me inspiraban una viva alegría.
Rebañé con un trozo de pan los restos de salsa que
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