Page 736 - La Patrulla Del Tiempo - Poul Anderson
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siempre vigilaba desde el norte. Pero siempre regresaban

           a la señal del Errante.




                 —No os obedecí, dioses —murmuró—. Confié en mi

           propia  fuerza.  Sois  más  astutos  y  crueles  de  lo  que

           pensaba.



                 Allí estaba sentado, él, el poderoso, el tullido de pie y

           mano, incapaz de hacer nada más que escuchar cómo el


           enemigo había cruzado el río y destrozado el ejército que

           esperaba  detenerlo.  Debería  estar  pensando  en  qué

           intentar a continuación, dando órdenes, animando a su


           pueblo. No estaban acabados si tenían el líder adecuado.

           Pero la cabeza del rey estaba hueca.



                 Hueca, vacía. Hombres muertos llenaban ese salón de

           huesos, los hombres que habían caído con Hathawulf y

           Solbern, la flor de los godos del este, Si hubiesen estado


           vivos en aquellos últimos días, juntos hubiesen podido

           rechazar  a  los  hunos,  con  Ermanarico  al  frente.  Pero

           Ermanarico también había muerto, en la misma matanza.


           No  quedaba  más  que  un  tullido,  cuyos  dolores

           permanentes le producían agujeros en la mente.



                 Nada podía hacer por su reino más que dejarlo ir, con

           la  esperanza  de  que  su  hijo  mayor  fuese  más  digno,

           saliese  victorioso.  Ermanarico  enseñó  los  dientes  a  las



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