Page 12 - En los muros de Eryx - H.P. Lovecraft
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el vapor. Este era, sin duda, el cristal que buscaba;
quizá no fuera más grande que un huevo de
gallina, pero estaba dotado de fuerza suficiente
para abastecer de calefacción a una ciudad
durante un año. Casi no me extrañó, al divisar de
lejos su resplandor, que esos miserables
hombres‐lagartos adorasen estos cristales. Sin
embargo, no tienen la menor idea del poder que
contienen.
Emprendí una rápida marcha, tratando de
alcanzar la inesperada presa lo antes posible, y
me fastidió que el firme musgo diera paso a un
barro líquido sumamente detestable, salpicado
aquí y allá de rodales de yerba y enredaderas. No
obstante, continué chapoteando sin hacer caso, ni
vigilar siquiera a mi alrededor por si aparecía
alguno de esos enojosos hombres‐lagartos. No
era probable que atacaran en este descampado. A
medida que avanzaba, la luz que tenía ante mí
parecía aumentar en tamaño y brillantez, y
empecé a notar algo raro respecto a su situación.
Evidentemente, se trataba de un cristal de la más
fina calidad, y mi júbilo crecía a cada paso.
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