Page 191 - Vienen cuando hace frio - Carlos Sisi
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—Creo que mereces una explicación, Joe. Te lo has
ganado de alguna manera, aunque tu mérito esté
tan sujeto a lo fortuito y al azar que casi da risa. Pero
¿cómo explicarlo para que lo entiendas? Los
hombres lo simplificáis todo demasiado, y eso es
por algo. ¿Cómo le explicarías a un conejo que sus
patas se asientan en un planeta, uno de muchos,
que gira danzando por el Universo? ¿O que todo lo
que ve se compone de moléculas y átomos? No
puedes. La mente del conejo no da para eso. Con
vosotros pasa lo mismo, por mucho que en vuestro
ego infinito os creáis capacitados para
comprenderlo todo. No habéis cambiado tanto
desde que mirabais al sol y usabais la misma
palabra que para todo lo demás: «¡Dios!». Dios, el
ser supremo bondadoso que servía para explicar la
caída de un rayo, la muerte de un ser querido o la
calidad de la cosecha. ¿Eh, Joe?
Después de reír brevemente entre dientes, Herron
suspiró y miró hacia el techo de la habitación. Joe
permanecía inmóvil, incapaz de moverse o de
pronunciar palabra, tan atónito estaba. Los ojos de
Herron se movían de un lado a otro, soñadores,
como si se remontaran en el tiempo, buceando en
recuerdos lejanos. Cuando al fin los volvió hacia él,
Joe vio en ellos una profundidad insondable, un
brillo ancestral, la conjura de toda una eternidad.
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