Page 102 - La Nave - Tomas Salvador
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Cuando los kros mataron el otro día a los cinco wit,
respondían, igualmente, a un oscuro reflejo: al
miedo. ¡Ah, si yo pudiera injertar otros estímulos!
A veces me emborracho de pensamientos. Debo
contenerme; debo resumirme. He jugado al ajedrez;
he paseado por la Nave; he espiado cerca de los
cristales la claridad espacial (ahora sé que puede ser
una nebulosa) que los preadultos anuncian. Pero he
callado, nada he dicho. Primero quiero verme
resumido, comprendido en mí mismo. Cuando lo
consiga, iré a ver a Mei‐Lum‐Faro y le diré: «Señor,
tenemos esperanza. Empecemos a salvarnos.»
Pero estoy divagando demasiado. Debo curarme
de esta manía de pensar que las cosas, y las ideas, y
los hechos, pueden aguardar a que nosotros
vayamos a ellos, inmutables, eternos, ¿Y si se
cansaran de esperarnos? Tampoco por aquí llegaré
a ninguna parte.
Antes de seguir adelante, debo anotar que hay una
atmósfera rara en la Nave. Posiblemente no sea así,
y soy yo el que encuentra un significado distinto en
las mismas cosas. Pudiera ser; a la luz de mis
nuevos conocimientos encuentro cambiados a mis
amigos y compañeros. Ayer mismo me sorprendí
tratando de seguir los genes de mis amigos en la
turbamulta de nombres y apellidos que el Libro
conserva. No cabe duda; durante siglos nos hemos
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