Page 120 - La Nave - Tomas Salvador
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indica que los hombres admiraban y querían al
sacerdote, o lo que es igual, siendo éste expresivo,
como ministro, de su Dios, el Dios no era un Dios
temido, sino amado.
Lo cuarto, carácter sagrado e irremplazable, no lo
entiendo bien; mejor dicho, entiendo lo primero,
que es consecuencia de su naturaleza, pero lo
segundo se me escapa. ¿No era un hombre como los
demás? ¿No tenía hijos que heredaban su cargo?
¿Era el mismo Dios el que los nombraba? Esto
último parece factible, pero, entonces, ¿por qué los
hombres de la Nave —por boca de su cronista—
dan por hecho que sería el último, sin poderle
remplazar? Dejémoslo para mejor ocasión.
El último concepto tampoco lo entiendo bien.
¿Autoridad espiritual? ¿Se puede tener autoridad
sin guardianes que la hagan cumplir? Nunca lo he
visto en la Nave, donde cada orden de Mei‐Lum‐
Faro debe ser vigilada por su cohorte. Admito, sin
embargo, la posibilidad de un nombre con mucho
prestigio y sabiduría, capaz de hacerse respetar y
obedecer. En este caso, quizá, por su carácter
sagrado y su calidad de irremplazable.
Tengo, pues, situado al hombre. ¿Cuál, o cómo,
habría de ser el Dios del que un ministro de dichas
condiciones era un representante o testaferro? Dado
que la Nave era y es una maravilla del ingenio
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