Page 118 - La Nave - Tomas Salvador
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multitud excitada y han tratado de contenerla, invocando
el nombre de Dios. La multitud no ha hecho caso de su
carácter sagrado y los ha arrollado. Después...
Y más tarde, en el 3 de agosto de 2387 (otro día de
i confusión y tormento en la Nave), el cronista
escribe: Hoy es un día de luto y tristeza. Ha muerto el
padre Simón. Era nuestro único sacerdote. Católico, tenía
noventa y siete años y era el humano más viejo de la
Nave. Muchos no comprenden la trascendencia de esta
muerte. Dicen que sí, que ha muerto el último vínculo de
la Tierra (yo mismo soy una tercera generación); pero no
comprenden que era un ministro de Dios y que su pérdida
es irremplazable. Podemos, con nuestros libros, enseñar
a nuevos médicos, ingenieros, mecánicos... Pero, ¿quién
puede consagrar nuevos sacerdotes? El padre Simón,
como si lo presintiera, o mejor dicho sabiéndolo, ha
resistido. Ha resistido esperando el milagro que su
condición de hombre de Dios le permitía alentar. Ha
resistido hasta que su viejo corazón no ha podido más y
se ha paralizado. Adivino días tristes, días pavorosos para
la Nave. Su venerable figura, su ejemplo, era un freno
para nuestra desesperación. ¿Qué haremos ahora?
Tenía razón el cronista. Tres años después, el Día
de la Ira habría de arrasar la Nave. ¿Sucedió porque
el sacerdote no estaba? ¿Lo habría podido evitar el
que era llamado ministro de Dios? Los cronistas de
aquella fecha no lo citan; por otra parte, en el Día
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