Page 344 - La Nave - Tomas Salvador
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Se apartaron las masas, quebró el silencio un suave
murmullo y el corto camino quedó rebasado.
Sobre un juego de lienzos, oscuros y amarillos,
sobre un dosel de plata, tendido y consumido
un hombre kros, un muerto, un inaprendido
residuo
de la vida: apenas nada. Y aquel muerto había sido
el dueño de la Nave. Mei‐Lum‐Faro, el nunca visto
del oscuro cantor, nunca visto y sí temido.
Y ante la vaga sombra de su oscura querella
en Shim temblaba inerme el sincero recuerdo
prendido en la memoria, o acaso reviviera
palabras ya perdidas, o estuviera olvidando
el perdido pasado. Pasó muy lento el tiempo
y todos esperaban el fin de la embajada,
cortejo al fin cumplido delante del cadáver.
—Mei‐Lum‐Faro, no puedes escucharme y acaso
no supieras mi anunciada llegada. Traía conmigo
el olvido, la paz y un cauce recobrado de la Nave.
¿Por qué no me aguardaste, Señor de las abiertas
ventanas al Espacio? Yo no soy enemigo, ni quise
tu desgracia. Te lloro con tu pueblo y espero
que tu sombra me vea y admita mi tristeza.
Venía con los hijos de las siete familias a darte mi
embajada. La cumpliré, no obstante,
y la diré a tu pueblo: los wit no quieren guerra
y yo soy su Navarca; los wit no son el pueblo
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