Page 90 - Anatema - Neal Stephenson
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espacio. No había sitio para convertir las esferas en
bancos, y por tanto las mantuvimos reducidas y
guardadas bajo los paños.
Me di cuenta de que algunas sures estaban más cerca de
lo estrictamente necesario y se olisqueaban mutuamente
los hombros. Una de ellas era Tulia, que me gustaba
bastante. Yo tenía dieciocho años. Tulia algo menos. Desde
hacía algún tiempo soñaba con tener un connubio con ella
en cuanto llegase a la edad. Solía mirarla más a menudo
de lo estrictamente necesario. En ocasiones ella me miraba.
Pero en aquélla, cuando intenté mirarla a los ojos, se
esforzó por apartar la vista y los fijó, rojos e hinchados, en
la enorme vidriera que había sobre la pizarra. Teniendo en
cuenta que fuera era de noche, que la vidriera
representaba a sante Grod y a sus ayudantes siendo
golpeados con mangueras de goma en los sótanos de
alguna oficina de espionaje de la Era Práxica y que Tulia
ya se había pasado como un cuarto de su vida en aquella
sala, deduje que el propósito no era examinar la ventana.
Duro de entendederas como soy, al fin comprendí que
ésa era la última vez que los treinta y dos filles de nuestra
cosecha estaríamos juntos, como tales, en toda nuestra
vida. Las chicas, con su capacidad sobrenatural para darse
cuenta de esas cosas, respondían. Los chicos, con una
capacidad igualmente sobrenatural para no entender
nada, sólo se sentían afectados en la medida en que las
chicas que les gustaban estaban llorando.
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