Page 212 - Las Estrellas Mi Destino - Alfred Bester
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—Claro, maldita sea. Yo estudiarrr durrrante dos horrras.
No saqué ni por un momento la cabeza del horno de
hipnosis. El curso de Kleinmann sobre prestidigitación.
— ¡No, no, no! —aulló el hombre peludo—. ¿Cuántas veces
tenerrr que decirrrlo? La prrrestidigitación no es como
hacerrr discurrrsos. Serrr magia. ¡Dumbkopf! ¡Usted
haberrr tomado hipnosis equivocada!
La ropa interior escarlata comenzó a fundirse. Fourmyle se
lanzó de los hombros de sus temblorosos criados y
desapareció en el interior de su tienda. Se oyó un rugido de
risas y aplausos y el Circo Fourmyle llegó a su punto
álgido. Las cocinas silbaban y humeaban. Siempre se estaba
comiendo y bebiendo. La música nunca se detenia. El
vodevil jamás cesaba.
Dentro de su tienda, Fourmyle cambió de ropa, cambió de
idea, cambió de nuevo, se desnudó otra vez, pateó a sus
sirvientes y llamó a su sastre en una bastarda mezcla de
francés, inglés de Mayfair y afectación. Cuando se había
puesto a medias otro traje, recordó que no se había bañado.
Abofeteó a su sastre, ordenó que echasen cincuenta litros
de perfume en la piscina, y le descendió de repente la musa
poética. Llamó a su poeta principal.
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