Page 181 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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Finalmente  penetramos  en  la  atmósfera  de  la


            Tierra.  El  casco  se  calentó  debido  al  calor


            producido  por  la  fricción,  y la  cápsula tembló  —

            era la primera sensación de movimiento que tenía


            en  varios  días—,  pero  Nebogipfel  me  había


            advertido previamente, y ya me había agarrado a


            una de las barras.

            Con  aquella  .  meteórica  llamarada  perdimos  lo


            que quedaba de nuestra velocidad interplanetaria.


            Miré  con  incomodidad  el  paisaje  negro  hacia  el

            que  caíamos  —creí  poder  ver  la  ancha  cinta


            serpenteante  que  era  el  Támesis—  y  empecé  a


            preguntarme si después de toda aquella distancia,


            ¡finalmente me estrellaría contra las inmisericordes

            rocas de la Tierra!


            Pero entonces...


            Mis  recuerdos  de  los  últimos  momentos  del

            descenso son confusos y parciales. Me es suficiente


            ei recuerdo de una nave, algo similar a un enorme


            pájaro,  que  surgió  del  cielo  y  nos  tragó


            colocándonos  en  una  especie  de  estómago.  En  la

            oscuridad, sentí una tremenda sacudida cuando la


            nave  pegó  contra  el  aire,  perdiendo  velocidad;  y


            nuestro descenso continuó con gran suavidad.

            Cuando volví a ver las estrellas ya no había rastro


            de la nave pájaro. Nuestra cápsula se había posado


            en  la  tierra  seca  y  estéril  de  Richmond  Hill,  a


            apenas cien yardas de la Esfinge Blanca.









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