Page 216 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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un tarro de tabaco lleno y complaciente en
medio, y el resto en las paredes.
Miré aquella habitación cálida y acogedora,
¡tan familiar y tan diferente por los distintos
arreglos y redecoraciones! La pequeña mesa
de la entrada que sostenía una pila de
periódicos —repletos, sin duda, con los
ominosos análisis de las últimas
declaraciones de Disraeli, o quizá con
terribles asuntos relativos a la Cuestión
Oriental— y el sillón cerca del fuego, bajo y
confortable. Pero no había ni rastro de mi
juego de mesas octogonales, ni de mis
lámparas incandescentes con flores de plata.
Nuestro anfitrión se acercó al Morlock. Se
inclinó apoyando las manos en las rodillas.
—¿Qué es esto? Parece un mono, o un niño
deforme. ¿Es su chaqueta lo que lleva
puesto?
Me sorprendí ofendiéndome ante ese tono.
—«Eso» es «él». Y puede hablar por sí
mismo.
—¿Puede? —Se volvió hacia Nebogipfel—.
Es decir, ¿puede? Dios mío.
Se quedó mirando la cara peluda del pobre
Nebogipfel, y yo me quedé de pie,
intentando no manifestar mi impaciencia —
—por no decir vergüenza— ante tanta
descortesía.
Recordó sus obligaciones.
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