Page 430 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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cómico, pero los vigilé con cuidado mientras
permanecía allí, ya que incluso el más pe‐
queño de los jóvenes tenía tres o cuatro pies
de alto y era muy musculoso.
Me dirigí al borde del agua; mojé los dedos y
probé el líquido. El agua era salada: agua de
mar.
Me pareció que el sol se había hundido
todavía más tras el bosque; debía de
descender por el oeste. Por tanto había
caminado una media milla hacia el este a
partir de la posición del coche del tiempo,
por lo que estaba —imaginé— en algún lugar
cerca de la intersección de Knightsbridge y
Sloane Street. ¡Y, en el Paleoceno, estaba al
borde del mar! Miraba un océano que cubría
aparentemente todo Londres hasta la punta
este de Hyde Park. Quizá, supuse, aquel mar
era una extensión del Mar del Norte o del
Canal, que había penetrado en Londres. Si
tenía razón, habíamos tenido mucha suerte.
Si el nivel de los mares se hubiese
incrementado un poco más, Nebogipfel y yo
hubiéramos aparecido en las profundidades
de un océano, y no en la costa.
Me quité las botas y los calcetines, los até al
cinturón por los cordones, y entré un poco en
el mar. El líquido se cerraba frío alrededor de
mis tobillos; tuve la tentación de mojar la
cara en él, pero me resistí, por miedo a la
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