Page 16 - Arte e Historia
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Danilo De los Santos

una imprenta gubernamental legada por los ocupantes franceses, publicándose también folletos literarios
y documentos oficiales. Esas publicaciones se vinculan a José Núñez de Cáceres, cabeza de un grupo de
docentes relacionados a la apertura de la Universidad Santo Tomás de Aquino. En la ciudad del Ozama, se
conoce la obra pictórica de Francisco Velázquez, autor de medallones religiosos catedralicios, posteriores a
los que ejecutó Diego José Hilaris, en el siglo XVIII, para el Santuario Altagraciano de la villa higüeyana.
Hilaris y Velázquez son los primeros pintores criollos de nombres recordados por sus obras.

    A excepción del seguimiento ilustrado e intelectual, los rasgos de la cultura criolla fundamental era de
tierra adentro: hatera, montera y patriarcal, vinculándose a los principales renglones económicos, la agricul-
tura conuquera, la crianza de ganado, el corte maderero y la incipiente siembra tabaquera con la que nacen
el productor liberal, el campesinado libre y el serrano andullero en la zona del Cibao. Si puede hablarse
de educación social, el analfabetismo y la sabiduría empírica imperan vinculadas a la ruralidad que incluye
los modelos arquitecturales de bohíos, ermitas y ranchos, la culinaria, los enseres artesanales, los medios
de locomoción animal, el habla llena de arcaísmos, expresiones africanas y taínas, especialmente toponími-
cas. Las voces lingüísticas se entrecruzan como los sonidos de los instrumentos danzarios, al igual que las
creencias y los rituales. Empero, se impone el castellano como la catolicidad, dado su cuerpo institucional
desde inicios de la colonia.

    A propósito del lenguaje, escribe Rodríguez Demorizi: «Durante cierto tiempo hay tres lenguas en núcleos
más o menos iguales, en la colonia: la indígena, la española y la africana. Esa confusión de voces aparecería luego
en versos de Tirso Molina alusivos a cosas de Santo Domingo, donde él residía a principios del siglo XVII: ¿Cómo
se coge el cacao? ¿Guapo?, ¿Qué es entre esclavos? ¿Qué frutos dan los guayabos? ¿Qué es casabe y qué es Jaojao?».
Después se añadirán otras voces: francesas, inglesas, italianas, chinas, árabes… como resultado de una
mayor sumatoria etnocultural.

    El inglés William Walter, en crónica publicada en 1810, enfoca las diversiones isleñas, entre ellas la
corrida de los toros, el deporte de los gallos y los bailes «nacionales» como el bolero, el fandango y la danza
de los mulatos, que considera voluptuosa y obscena. «El pueblo negro español de clase baja acompaña sus vulga-
res danzas con alaridos y con música producida por palos y maderas altisonantes, o por un higüero con surcos, el cual
rasgan con agilidad utilizando un hueso fino. El baujo, especie de maracas hechas llenando un higüero de piedrecitas
y los dientes fijos a la quijada de un caballo, rasgada con movimiento raudo y acompañado de tambor. Los pasos son
extraños y obscenos. Todo el acompañamiento y el estilo parecen derivarse, de una mezcla de congo africano y del din
indígena, y es ritual de la ceremonia de la muerte de un pariente, la cual convierten en ocasión solemne con danzas y
músicos como los gitanos de España. El mayor cumplido que el enamorado hace a su preferida, por haberle concedido el
privilegio de bailar con él durante la fiesta, es quitarse el sombrero y ponérselo a ella durante el resto de la velada; esta
lo devuelve, casi siempre junto con un cigarro encendido que ella misma ha liado».

    La concentración de negros en muchas villas, especialmente en Santo Domingo, originó creencias y prác-
ticas neoafricanas como fueron las cofradías que sincretizaron deidades y prácticas religiosas de las tierras de
procedencia encubiertas de catolicidad. Las cofradías con advocaciones a San Cosme y Santa María Magdalena,

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