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Arte e Historia
en la colección de Artes Visuales del Banco Popular Dominicano
entre otras imágenes religiosas de fe, ampliaron una transformación de tipo mágico-religiosa cuya celebración
conlleva repique de tambores, cantos y bailes. Los colonos blancos, cuando no tenían sus propias cofradías, eran
admitidos en las hermandades de los negros criollizados, los cuales participan en ceremonias oficiales conme-
morativas. En ocasión del ascenso monárquico de Fernando VI en 1747, se programaron grandes celebraciones
en Santo Domingo. María Ugarte reseña que al acabar una liturgia de un canónigo, arrojó monedas y vitoreó a
sus majestades. En la ceremonia, «la hermandad de San Juan Bautista bailó una contradanza y en la tarde desfiló por las
calles citadinas, ataviados los hombres y mujeres que cantaban, recitaban y bailaban. Era un cortejo que incluía la “Calenda”,
danza y canto de origen africano que conllevaban palmadas colectivas o de los espectadores». Bernarda Jorge, se refiere al
canto religioso popular relacionado a velaciones, peregrinaciones, «velorios de angelitos llamados baquinís, y otras fies-
tas y ceremonias religiosas populares vinculados a la tradición católica o rituales de carácter mágico religioso (…). En algunas
celebraciones devocionales como las de la Cruz, el Espíritu Santo, o la de algunos santos que corresponden con los misterios
vuduistas, cantan salves que mezclan invocaciones católicas y del vudú. (…). No obstante, (…) existen salves dedicadas estric-
tamente a los misterios o a luases…».
Cantos, devociones, milagros y peregrinaciones que datan de principios de la colonia, se relacionan a nume-
rosos altares de conventos, ermitas, iglesias parroquiales, viviendas urbanas y el bohío-bojío del campesinado,
que rememora el habla de los taínos. El bohío era una construcción de tablas cubierta de canas y yaguas, como
en principio fueron los santuarios, como los de las vírgenes de la Altagracia y las Mercedes, que se relacionan a
milagrosas apariciones y devociones peregrinas. Escribe Mons. Polanco Brito: «La Cruz milagrosa del Santo Cerro,
plantada allí por el mismo Descubridor, abrillantada según una firme tradición dominicana por la aparición de la Virgen de
las Mercedes, inicia una serie de narraciones milagrosas. Del Santuario de Higüey ya afirmaba Alcocer en 1650 que: Cada
día se ven muchos milagros, que por ser tantos ya no se averiguan ni escriben…».
Explica Mons. Polanco Brito: «A Dios y a sus Santos el pueblo dominicano les ha ofrecido lo que se llama popularmente
un milagro, o sea un exvoto metálico de oro, plata y otro material menos noble; algunas veces de madera y muchísimas de cera.
Esta costumbre ha perdurado (…). Es verdad que el Santuario de Ntra. Señora de la Altagracia constituye la parte más repre-
sentativa del milagro (…), cada año se ofrecen muchos milagros, confeccionados en su mayor parte por artistas criollos, a veces de
un modo muy primitivo». Mons. Polanco Brito califica «Serie de Exvotos» a los medallones del Santuario de Higüey.
«Esta colección es valiosa». Representa la obra artística de uno de nuestros maestros del arte pictórico. Recordado
como Diego José Hilaris, no se tienen datos de vida, al tratarse de un autor anónimo que ofrece pinturas como
exvotos que narran hechos milagrosos. Fueron 27 los medallones ejecutados por este pintor del siglo XVIII, de
los cuales se conservan 16, perdidos los faltantes por situaciones adversas, desconocidas. También faltan muchas
de las leyendas que tenían las obras que sobreviven.
Al señalar que nuestro arte nacional nació como la patria Altagraciana, se reconoce la primacía a un
elevado beneficio divino y milagroso que deviene con la catolicidad cuya impronta, como otras tantas, se
«Nuestra Señora de la Altagracia»
Autor: anónimo
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